sábado, 22 de noviembre de 2008
NUESTRO PROPIO REFLEJO
Uno de los aspectos más desconcertantes de las relaciones con nuestro entorno, es la incomodidad que sentimos por el solo hecho de estar en presencia de ciertas personas. Independientemente de lo que hagan o digan, hay algo en ellas que nos provoca una respuesta cargada de repulsión, antagonismo, cólera; cualquier cosa menos aceptación o amor.
¿Por qué alguna gente nos afecta de ese modo mientras que con la mayoría de las personas que tratamos nos sentimos cómodos, afectuosos y bien predispuestos? ¿Por qué reaccionamos en forma tan negativa a la presencia de algunas personas? ¿Es por ellas? ¿Es por nosotros mismos? ¿O es un poco por ambos?
Una de las realidades más difíciles que posiblemente haya tenido que afrontar cualquiera de nosotros es el hecho de que lo que me desagrada o no puedo tolerar en otras personas es el rasgo de personalidad que aún no he podido zanjar en mi propia vida. Lo que me pueda molestar de la otra persona refleja algo que no he perdonado ya sea en mí mismo o en alguien de mi pasado.
Mi intolerancia en mis relaciones presentes es en última instancia una intolerancia conmigo mismo o con alguien de mi pasado. Por ejemplo, digamos que a usted le fastidia mucho una persona que tiene una actitud muy dominante en su lugar de trabajo. Aunque no le guste, al parecer no puede cambiar el modo como se siente cuando está con esa persona.
Entonces un día se da cuenta de que esa persona le hace recordar a su padre, cuya actitud dominante lo atemorizaba a usted de niño.
¿Cómo puede ser? Esto sucede porque almacenamos todas nuestras experiencias pasadas, tanto las afectivas como las dolorosas, en lo más profundo de la mente.
La mayor parte del tiempo apenas tenemos conciencia de que guardamos los recuerdos de estas experiencias, y nos cuesta creer que nuestro pasado realmente puede afectar el modo como percibimos nuestro mundo en el presente.
Cuando otra persona manifiesta una opinión, expresa un deseo o refleja un sentimiento similar a ciertas experiencias almacenadas en nuestra mente, el pasado puede volver a presentarse, estimulando nuestros viejos rencores, autocríticas o sentimientos de desamparo.
Nuestras reacciones automáticas ante ciertas personas o situaciones en el presente, por lo tanto, son de hecho reacciones a nuestro pasado.
Nuestras relaciones más difíciles a menudo son como espejos que reflejan problemas inconclusos del pasado. Sólo cuando podemos hacer un alto, explorar dentro de nosotros y luego revivir esas experiencias, estamos en condiciones de empezar a perdonarnos a nosotros mismos o a otros.
Para tener relaciones plenas y equitativas en el presente, es necesario remediar nuestras viejas relaciones no curadas con nosotros mismos y otras personas del pasado.
Gerald Jampolsky